lunes, 30 de julio de 2018

ESCRITORES ANÓNIMOS (primer capítulo)


Prólogo

«Con las gafas de sol no veo una mierda».
Son las ocho y media de una tarde de invierno y voy con las gafas de sol,  de cristales y montura oscura, y no veo una mierda. Tengo que entornar los ojos, cosa que me hace ver todo más pequeño y borroso, para poder andar sin tropezarme con farolas, no pisar cosas viscosas que bajo la suela de mis zapatos dan la sensación de ser muy desagradables, tanto como todas las personas que pasan a mi lado, llenas de prisas, con cara de ogro enfadado y con olores que me resultan bastante tóxicos.
Soy una escritora algo rancia y a veces antipática, con una máscara perpetua de simpatía y dulzura que me crea una ansiedad indescriptible. Con mis gafas me separo del mundo, aunque lo malo es que me cuesta mucho ver tras ellas cuando es de noche. Como ahora.
Me dirijo a un lugar, por primera vez, que en realidad casi nadie admite necesitar. ¿Y por qué? Pues porque cada uno de nosotros nos creemos perfectos frente a los demás. En mi caso yo sé que no lo soy, pero me gusta aparentarlo. Y me cansa, me estresa, me saca de quicio; pero es adictivo. Es por eso que voy a este lugar que ya está frente a mí. O eso creo, porque como no veo una mierda, es posible que al final entre en otro sitio y meta la pata, como casi todas las circunstancias de mi vida: una metedura de pata tras otra.
En fin, entremos.
Lo primero que veo, nada más abrir la pesada puerta, es un loro. Sus movimientos son raros: podría estar bailando al ritmo tanto de una canción del cansino y repetitivo reguetón como de la canción más cañera de Metallica. Su cuello, si se le llama así a esa parte de la anatomía de un loro, es como si fuese a descoyuntarse de un momento a otro: hacia delante y hacia atrás sin descanso. Me acerco a él, bajo unos milímetros mis gafas y, mirándome fijamente, repite:
—Hola. Hola. Hola.
Me aparto justo en el momento en que una chica llega de no sé dónde y me habla.
—Buenas tardes, ¿su nombre, por favor?
«Será bruta la tía», pienso mientras me vuelvo a colocar las lentes sobre los ojos. «¿En serio parezco tan vieja como para que me trate de usted?»
—Puedes tratarme de tú —le digo molesta y poniendo en marcha mi botón de rancia.
—Vale —responde ella. — ¿Su nombre, por favor?
«Y dale. Definitivamente es idiota».
—¿El real? —le respondo sin casi mover los labios y apretando los dientes.
La chica se dirige a un pequeño mostrador, mira una lista y vuelve a hablarme.
—No hay ningún real en la lista. ¿Qué raza es?
—¿Qué raza soy? —pregunto incrédula.
—El perro, qué raza es el perro.
—¿El perro? ¿Qué perro?
En ese momento, el loro que está en su enorme jaula a mi derecha, empieza a ladrar.
—¡Wow! ¡Wof! ¡Guau! ¡Wof! ¡Wof! — (lo pongo con guion de diálogo porque el dichoso animal está “hablando” como un perro).
Lo miro estupefacta mientras el loro sigue sintiéndose perro.
—Disculpe, ¿dónde estoy? —le pregunto a la chica.
Esta me mira ya con cara de tener en frente a una mujer con posibles trastornos mentales y me responde poniendo su cuerpo a la defensiva.
—En la Peluquería Canina Pelucan. ¿Me dice el nombre de su perro, por favor?
«Ah, coñus… no me estaba tratando de usted. Me estaba preguntando por el nombre de mi perro imaginario».
—Lo siento —le digo ya con una carcajada lista para estallar en cualquier momento—. Creo que me he equivocado de sitio.
Doy media vuelta y vuelvo a pensar en que he de buscar otra táctica para esconderme del mundo las tardes de invierno, a poder ser, algo que no sean mis supergafas efecto transparencia. Como ya te he avisado antes, con ellas no veo una mierda.
Ya en la calle de nuevo, hago el esfuerzo descomunal de quitarme mi arma secreta y así poder ver bien el número del lugar al que me dirijo. Cuando lo veo, claro y muy, pero que muy grande, sobre la pared de mármol que rodea la puerta de hierro gris, voy directa y la abro, no sin antes volver a ser invisible gracias a mis gafas.
El sitio parece un pabellón vacío de un polideportivo cualquiera. En medio, como no, una especie de círculo hecho con sillas, algunas ocupadas con personas, creo.
«¿Tendré que quitarme las gafas?», me pregunto aterrada.
Solo de pensarlo me dan ganas de dar media vuelta e irme por donde he venido. Pues no me las quitaré. Será complicado llegar hasta una de las sillas y sentarme sin tropezarme.
«¿Apostamos algo?», vuelvo a preguntarme.
Bueno, venga, adelante. Muy recta y segura de mí misma me acerco al círculo de extraños. Bajo el ritmo de mis pasos para decidir, escrutando a todas las personas, lo que me permite la oscuridad de mis lentes, dónde posar mi culo. Lo que en realidad me gustaría es mirarlos fijamente y decirles:
—De acuerdo, dividámonos: yo a la izquierda y el resto a tomar por culo.
Pero no lo hago e investigo disimuladamente. O eso creo.
Hay una mujer que parece muy centrada en sus uñas. Las mira y las remira, alargando sus dedos sobre sus rodillas. Morena, delgada, diría que guapa, y joven. Me cae mal.
Luego hay un hombre bastante apuesto, o no, no sé, como lleva traje y corbata, me lo parece. Me acerco para sentarme a su lado, cuando abre la boca para hablar con un chico que está a su derecha. Cagada. Su voz es tan estridente como la de un conejo.
«¿Tienen voz los conejos?», me cuestiono.
El sonido provoca que escupa una risilla maligna. No podré sentarme a su vera. Si lo hago, es probable que cada vez que él hable, yo me descojone por dentro con el incontrolable e irremediable bufido, y su derivado gorgoteo de saliva, que emite una risa contenida provocada por mi boca.
Hay una silla apartada, por lo que no me desgasto más estudiando y juzgando, porque yo juzgo al resto de personas como todo hijo de vecino, aunque me doy aires de grandeza diciendo lo contrario, y me dirijo segura a sentarme.
Estudio el espacio con los ojos entornados para asegurarme de sentarme en la silla, pero, como no, me tropiezo con una de las patas arrastrando el asiento unos centímetros, lo que provoca un ruido escandaloso en la sala medio vacía.
«¿Han retumbado las paredes?», sigo haciéndome preguntas.
Los ojos, a pares, y si tuviesen cinco cada una de las personas podría asegurar que todos ellos estarían mirándome fijamente, los siento sobre mí.
«Me cago en la…», pienso, mientras a tientas me siento.
Al mover la silla, con todo mi peso sobre ella, vuelvo a hacer un ruido espantoso para colocarme, de nuevo, dentro del círculo. Juro que pensaba que había levantado la silla lo suficiente como para no volver a llamar la atención. Pero no, por lo visto no.
«Vale, ¿y ahora qué?», me pregunto rascándome la nariz.
De una mesa que está a mi derecha y en la que hay vasos de plástico, zumos y algo más, se acerca un hombre alto y fornido que parece venir directo a sentarse a mi lado.
«¿En serio? ¿No hay más sillas libres?», pienso incrédula.
Pues sí, a mi ladito se sienta. Cruza sus piernas mientras abre una carpeta y se sube las pequeñas gafas que habían decidido pasearse por su tabique nasal hasta casi rozar el suicidio.
—Hola —dice con su voz potente que trona en todo el local—. Bienvenidos. Hoy tenemos nuevas incorporaciones en nuestro grupo. A mi izquierda —prosigue girándose hacia mí—, una de ellas.
«Mierda. Mierda. Mierda.», pienso.
—Bienvenida —me dice directamente.
Hago una leve, levísima inclinación de cabeza y mis gafas, automáticamente, sí que se suicidan.
«Karma», pienso.
De repente mis ojos se quejan de la luz, a la vez que mis gafas aterrizan en el suelo. Una patilla sale volando y una  lente se agrieta. Son baratas, lo sé.
Unas risillas contenidas amenizan el momento.
«Puto Karma de los cojones», pienso mientras siento mi cara arder y me la imagino roja como un pimiento. Un pimiento rojo, claro está.
—No te sientas incómoda ni nerviosa, aquí todos estamos como tú —dice el mismo hombre que parece llevar la voz cantante.
«Ni ti siintis inquímidi ni nirviisi, iquí tidis istimis quimi tí», pienso mientras casi puedo asegurar que mi cara se ha torcido en un gesto infantil.
—¿Quieres presentarte a tus compañeros? —me pregunta.
«¿Mis compañeros? Si no conozco a ninguno y, además, me caen todos mal», me digo a mí misma muy enfadada.
Mi silencio no hace que el hombre, que ya me cae peor que todos los demás, se rinda.
—Es difícil la primera vez, pero es una bonita forma de empezar: presentarse—insiste.
Se me queda mirando con esa expresión amable que en realidad me está diciendo: hasta que no te presentes, no voy a dejar de mírate.
Bien. Pongo mi cara de buena persona, simpática y amable, y hablo:
—Hola. Me llamo África y soy escritora.
—Hola, África —dicen todos juntos en lo que me ha parecido un coro franciscano.
«Oh, Dios mío», pienso, «ya estoy metida en escritores anónimos».



CON CÓDIGOS QR ENTRE LAS PÁGINAS DEL LIBRO
PARA VER VÍDEOS DE LOS PROTAGONISTAS.

lunes, 23 de julio de 2018

ESCRITORES ANÓNIMOS (vídeos QR)

¡¡Buenos días!! En mi libro, Escritores Anónimos, de vez en cuando te vas a encontrar un código QR.
Tú decides si lo quieres utilizar o no.
¿Qué vas a encontrar?
¿En serio piensas que te lo voy a decir?

Mira, mira:













SINOPSIS:


SIMBIOSIS, no, eso no es.
PSICOSIS, esto tampoco.
SINTAXIS, no… esto es otra cosa.
Bueno, da igual.
RESUMEN DEL LIBRO:
África es una adicta a la hescrituroína, (si quieres saber lo que es la hescrituroína, tendrás que leer el libro). Su vida está llena de innumerables situaciones surrealistas, (si quieres saber cuáles, tendrás que leer el libro). Tiene un carácter algo peculiar y unos amigos bastante singulares, (si quieres saber…
En fin, que me da mucha pereza hacer la sinopsis, ¡anda!, ahora me sale la palabra, pero no tengo ganas de corregir lo que ya he escrito. Así que si quieres saber de qué va este libro, ¿por qué no te haces con uno y lo empiezas a leer?

TE DEJO ALGÚN ENLACE PARA QUE VEAS QUÉ PUEDES ENCONTRAR ENTRE SUS PÁGINAS Y, SOBRE TODO, NO OLVIDES REÍR.





domingo, 22 de julio de 2018

Primeras opiniones sobre "Los juguetes de Dios"

1.

He leído todos los libros publicados de Asia y debo decir que con este se ha superdado con creces.
Ojalá este libro llegue a muchas personas porque te hace pensar, reflexionar sobre lo que el ser humano ha hecho durante toda la historia.


2.

Es una novela que me ha hecho pensar, y que os hará pensar. A través de la historia y con momentos fantásticos recorreremos ciertas catástrofes para llegar a una conclusión. Pero eso no es todo. Ha sido muy adictiva y entretenida. Me ha durado un suspiro.
La puerta de los libros infinitos.


3.

Buenas! Estoy impactada. He devorado el libro y he tenido la sensación de estar en todos los lugares que salen. Es un libro duro y que toca la fibra. Lleno de párrafos que merecen un alto en la lectura para pensar. Lo recomiendo por su crudeza y a la vez por esa sensación de esperanza que queda al terminarlo. Lo recomiendo sin dudarlo.

4.

Genial. Un recorrido maravilloso, horrible y no sé si necesario por un trocito de historia "humana".... y relatado con sentimientos de colores.

5.

Asia Lafant eres genial!! Siempre encuentras la manera de mantenernos emocionadas con tus libros. No puedes dejar de leerlo y eso es fantástico!!

https://www.amazon.es/Los-juguetes-Dios-Asia-Lafant-ebook/dp/B07F86TPLN/ref=sr_1_1?s=books&ie=UTF8&qid=1532243968&sr=1-1


Los juguetes de Dios

¿Y si no hubiese un mañana? ¿Y si de repente te encontraras en un punto de la historia donde no hay retorno? Descubre el secreto para salvar la vida a través de El Aquelarre, los guardianes de las sombras que durante siglos han mantenido el equilibrio del Universo. Recorre los puntos más oscuros de la historia desde campos de concentración, hasta la peste negra, recogiendo información imprescindible para lograr la finalidad de su viaje: encontrarse con el verdadero Dios y así evitar el Apocalipsis. No está en su mano cambiar el rumbo de los acontecimientos; ese cambio dependerá de lo que cada ser humano sea capaz de encontrar dentro de sí mismo.

#Premioliterario2018

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